1999
Querida Chomolungma:
La primera vez que soñé contigo tenía 12 años, apenas era un niño. Allí me imaginé que, con barbas y una bandera en la mano, estaría un día en tu punto más alto. Hoy tengo 39 y me encuentro por fin contigo; ahora puedo mirarte de los pies a la cabeza, que por hoy está tan alta. En todo este tiem- po he caminado por las montañas, pero sobre todo lo he hecho por la vida; estoy ante ti con una mochila a mis espaldas llena de ilusiones, de felicidad, voluntad y entusiasmo.
En estos años de escalar montañas, la piel de mi cara se ha curtido de tantos soles, amaneceres y atardeceres. También se han marcado surcos sutiles por el miedo a morir, por la angustia de estar perdido y por las noches en vela colgado de una pared o metido en una tienda esperando que amanezca un nuevo día. Los dedos de mis manos y mis manos mismas han madurado, tienen dibujadas las caricias a las rocas, a las losas, a las fisuras y al musgo, a la nieve y al hielo. Pero más allá de lo que ha vivido esta piel, están los soles y las lunas, los días y las noches, las tormentas y la calma, el calor y el frío que han pasado por mi alma y por mi espíritu, en este camino que hoy me ha llevado ante ti. Al verte bañada de púrpura, con esta última luz de la tarde, encuentro que estás abrumadora y preciosa, y debo decirte que ese vestido de colores que te has puesto te hace más guapa todavía.
Hoy aquí, a tus pies reconozco lo insignificante que soy, quiero hacerte un pedido con un argumento y una condición. El pedido: que me permitas estar en tu punto más alto y luego bajar con vida, cualquier día del próximo mes de mayo, el que tú dispongas. Mi argumento: que he llegado hasta aquí después de 27 años de vivir con intensidad cada uno de mis sueños de es- calar montañas y luego de 4 años de preparación, expresamente pensando en ti y en ese momento, que espero me sabrás dispensar. La única e irrevo- cable condición: llegar a tu morada solamente con el aire de mis pulmones y la fuerza de mi corazón.
Con mi ilusión y respeto, quedo ante tu voluntad y en tus manos.
TENGO MIEDO DEL EVEREST
En dos horas salía al aeropuerto, habían venido a despedirme mi mamá, mi hermana, Elena la hija de Ramiro Navarrete, Kamila y Andy, mis hijitos. Yo estaba nervioso y más aún mirando la sala de mi departamento en un caos total: maletas, bolsos, papeles, cintas de embalaje; todo desperdigado por el suelo. Intentaba arreglar un último detalle en mi bolso de mano, de cuclillas cerca del piso, cuando mi hijo me dijo:
—Papi quiero hablar a solas contigo.
Alcé la mirada y me encontré con ese par de ojos oscuros, preciosos, que brillaban pero que estaban preocupados. Me puse de pie, posé mi brazo sobre sus hombros y nos fuimos a mi dormitorio. Cerré la puerta.
—Cuéntame hijito —le dije.
—Sabes Pa…, tengo mucho miedo de que vayas a subir el Everest sin oxígeno. Acabo de leer que es mayor el riesgo de muerte.
—Espera un momento hijito.
Salí del dormitorio juntando la puerta ligeramente, fui directamente al estante de libros, tomé el ejemplar de la LIFE y regresé enseguida.
Me senté en el borde de la cama y le hice un ademán para que se sentara a mi lado. Dejé correr las páginas casi hasta el final, y cuando llegué a la foto de Norgay en la cima del Everest, paré y saqué de allí, con mucho cuidado, nuevamente a la luz, el dibujo, ese dibujo que lo había hecho a los 12 años de edad en el que me imaginaba yo mismo en la cima del Everest.
Puse la hoja de papel en sus manos, brevemente le conté la historia y le pedí que mirara con atención cómo estaba allí, desde hace 27 años, de pie en la cima del Everest y sin tanques de oxígeno. En el dibujo aparecía mi rostro libre y al descubierto, sin la mascarilla que impidiera la comunicación más limpia entre mi espíritu y el espíritu de la Chomolungma.
—Mira, mira hijito, aquí estoy en la cima del Everest, pero sin tanques. No te preocupes, me voy, llego a la cima y regreso con vida. Esto ya estaba escrito.
ESCUCHO A MI VOZ INTERIOR
Jeff y los sherpas, que han salido más tarde, ya nos han dado alcance y ahora nos pasan sin ninguna consideración. Difícilmente puedo entender la voz de Jeff a través de la mascarilla, a duras penas logro escuchar que me dice: see you on the summit!. Bueno, al menos considera que nos veremos en la cima. Cuando debo afanarme para escalar una pequeña losa arañándola con los crampones, entiendo lo que es subir sin oxígeno; Helga que va delante con mascarilla ha resuelto el paso con un par de brincos…
Al fin llego a la arista, la luna está bellísima y yo muy cansado. Toso sin parar, me siento, pero entonces viene lo peor, vomitar parte de mi pobre desayuno. Antes de controlar la situación, vomito nuevamente y en cuestión de milésimas de segundos se me pasa por la cabeza una película dramática: este puede ser el final. Si me llego a deshidratar, todo estará perdido. Inmediatamente reflexiono y me digo: ¡Vamos para, para. No más de vomitar, respira, mete aire. Tú puedes, gánale al vómito!
En Quito, vomitar es suficiente para quedarme exhausto. Ahora a 8 500 metros sobre el nivel del mar, quedo hecho un despojo. Echado sobre la mochila ya no respiro ordenadamente, más bien emito únicamente un conjunto extraño de sonidos, que de alguna manera en algo me permiten llevar aire a mis pulmones. ¡No puedo más, no tengo fuerzas, no voy a poder…!
Siento que mi sueño se va de las manos, que es difícil hacerlo sin oxígeno, estoy desprotegido, abandonado, no soy nada. Pero por suerte, cuando más la necesito, siempre aparece mi vocecita interior que a ratos me encara para animarme. ¿Qué sería yo sin mi vocecita, y qué sería ella sin mi fidelidad? Hago ejercicios de respiración, me restablezco un poco y decido continuar, hasta cuando pueda reconocer mi verdadero límite.
La arista ahora se vuelve benévola, sin pendiente muy pronunciada, lo cual me permite tomar un alivio. La luna ya se va a descansar y ahora, a las 4h00 me quedo a oscuras. Arriba, muy arriba va la hilera de lucecitas de todos los que me pasaron, abajo solamente quedan las de Heber y Karla.
Una vez recuperado del todo, al dar un giro en uno de los recodos de la arista, de buenas a primeras debo toparme con un bulto en plena posición de descanso, junto a una pequeña cueva. El detalle es que el bulto está ahí desde el año 96. Es uno de los cadáveres de la expedición india, de la primavera de ese año.
Finalmente llego al Primer Escalón. La luz de la linterna que no alcanza a cubrir todo el espacio, dibuja una pared de 35 metros; como debe ser todo escalón que se precie, es vertical y, para gracia, se encuentra a 8 550 metros de altitud. Mientras bebo Isostar para hidratarme antes de abordar el ascenso, descuidadamente recorro el espacio con la lámpara y ¡oh sorpresa! ¡Muy cerca de mis pies, otro cadáver más! Sin comentarios.
Cerca de las 5h30, empieza a clarear y entonces las distancias y los espacios cobran una dimensión real. Todo el grueso del grupo está llegando al Segundo Escalón y, como no hay otra manera, deben esperar, hacer fila para usar la escalera de aluminio. Allí los alcanzo. Eso me reconforta inmensamente, porque estoy casi junto a ellos y sin tanque de oxígeno. Dejo que todos se adelanten y terminen de ascender el escalón, ya no quiero darles alcance.
El Segundo Escalón es más alto todavía: cerca de 40 metros verticales a 8 650 metros de altitud. La primera sección es un bloque enorme de piedra, recorrido por una ancha fisura. Al acercarme puedo ver que un lado está completamente rayado por los cramponazos de cada uno de los marchantes y la segunda sección, vertical del todo, se resuelve con la escalera de aluminio. Sus escasos catorce peldaños se me hacen eternos. Asciendo y al final me quedo a rastras, resoplando como escapado. Ahora me encuentro por sobre las 13 montañas más altas del mundo y arriba solo queda la cima de la Chomolungma.
Nuevamente la arista se vuelve cómoda y me da otro respiro. Ya sale el sol y veo el mundo de otra manera. ¡Qué sensación de felicidad me invade!, estoy seguro de que lo voy a lograr, porque este día estuvo guardado para mí. Hoy llego a la cima; porque de aquí, no me baja nadie.
EN LA CIMA DEL MUNDO
Resuelvo el tercer escalón con mi corazón por encima de 170 pulsaciones por minuto; al recuperar el aliento, cruzo una rampa de nieve y me dirijo a la pirámide final. En la última parte de la pirámide, realizo una larga travesía sobre una roca muy descompuesta y en pésimas condiciones. Hago pausas, respiro profundamente (siete veces) y continúo. Yo sé que tengo poco oxígeno, que me cuesta cada paso, pero subo, aunque lentamente, con entusiasmo y con alegría.
El altímetro marca 8 800 m, estoy a un paso de conseguirlo; al llegar de nuevo a la arista me topo con un astronauta, con máscara de oxígeno y todo, por el traje de plumas puedo reconocer que es Jeff, el australiano. Acaba de bajar de la cumbre y le felicito, él hace lo mismo conmigo porque lo voy a lograr sin oxígeno. Le pregunto cuánto me falta y me responde que, al paso que voy, solamente 30 minutos.
A las 8h00, estoy sobre la arista de la cumbre, precisamente sobre esa línea imaginaria que separa Tíbet de Nepal; alcanzo a ver a los tibetanos que están a un pasito de llegar a la cumbre y más abajo Helga con su sherpa. Levanto la mirada y ahora ya están todos en la cima, se abrazan, eso me anima, me empuja, me entusiasma.
Unos cinco metros antes de la cumbre, hago una pausa y pienso detenidamente en lo que va a suceder en los próximos 15 ó 30 segundos. ¡Qué sé yo!
Se me pasan varias imágenes por la cabeza, como una película en cámara lenta: aquel dibujo que hice cuando era niño, mis días de adolescente en la montaña, aquellos años tan bonitos junto a Lorena, mis hijos Andy y Kamila, el guante de arquero, el peluche, mi hermanita Katty, Diego mi hermano por eleeción, mi mami, y mis amigos sinceros que han estado para apoyarme.
Entonces continúo, doy unos pasos más y me hecho a llorar con emoción y grito, en la medida que me dan las fuerzas: ¡Lo logré!, ¡lo logré! Solo sigo llorando. Jueves 27 de Mayo, ocho y quince de la mañana.
Dejo que fluyan con felicidad emociones y lágrimas, porque solo así mi espíritu quedará vacío y se podrá llenar de nuevas sensaciones. Tomo aliento y me inclino para brindarle un beso a la cima de la Chomolungma, la Diosa Madre del Universo.
Me pongo en pie, alzo a ver a ese cielo limpísimo de azul profundo, y abriendo los brazos agradezco a Dios, al Universo y a la vida, porque me permite este momento único que está reservado para unos pocos. Qué vida tan generosa me ha tocado vivir, con todo el amor y las deficiencias que llevo por dentro, pero genrosa al fin, porque cada día me ha brindado la posibilidad de ser un luchador.
Me siento muy feliz porque no le he fallado a nadie. Están aquí, en el punto más alto del planeta: el guante, el peluche, el regalo que me envío Elena para su padre Ramiro Navarrete y la bandera de mi querido país.
Pero sobre todo estoy feliz porque no me he fallado a mi mismo, llegué hasta aquí con lo único que me pertenece: mi corazón, mis pulmones y mi amor. Creo firmemente que es la fórmula para que cada quien alcance su propio Everest…sin ayuda de oxígeno desde luego.
2013
El objetivo de esta expedición era lograr la cima del Everest por el lado tibetano, sin oxígeno suplementario, y como equipo, porque la totalidad de los ascensos son individuales.
Para esta expedición invité a Chapico Cáceres, extraordinario escalador y gran montañista de altura. La vía que siguió el equipo fue la misma que utilicé en mi primer ascenso de 1999.
El 25 de mayo, Chapico, Topo y Oswaldo llegaron a la cima alrededor de las 10 de la mañana. Con Carla llegamos hasta 8.650 m. lamentablemente tenía mucho frío en sus manos y nos vimos obligados a bajar.
Quedaba pendiente entonces, la cima de Carla.
2016
El objetivo de esta expedición era apoyar a Carla Pérez para su nuevo y definitivo intento a la cima del Everest sin Oxígeno.
El 23 de Mayo Carla logra un gran hito para el montañismo ecuatoriano, latinoamericano y mundial, al convertirse en la sexta mujer en el mundo que logra subir el Everest, sin la ayuda de oxígeno suplementario.
¡Grande Carla en la cumbre!
Lo hace por el lado norte, por la vertiente tibetana, por donde habíamos estado hace tres años.