2001
En el colegio Pio X, donde estudié mi secundaria, Cecilia Pozo era la profesora de orientación vocacional de los noveles chiquillos que habíamos entrado a primer curso. Cecilia en su empeño de ayudarnos tempranamente a despejar las brumas de la difícil tarea de elegir profesión, en la clase de esa mañana, nos pidió que en una hoja de papel hiciéramos un dibujo para representarnos allí cómo quisiéramos ser de grandes.
Me ilusioné mucho con la propuesta, nadie hasta ese entonces me había pedido que materializara en un papel lo que quería ser de grande. Me dibujé entonces en la cima de una montaña, con mis brazos levantados, sostiendo en la mano izquierda el piolet y en la mano derecha la bandera del Ecuador. Al pie de ese dibujo con esferográfico azul escribí: “Cuando sea grande en la Cumbre del Everest”.
Desde aquella vez siempre supuse que si me iba a ir al Everest un día, lo haría siguiendo las huellas de los primeros conquistadores, Edmund Hillary y Tenzing Norgay (29 de Mayo de 1953). Veintisiete años después de ese dibujo premonitorio, el jueves 27 de mayo de 1999, gracias a Dios, llegué a la cima del Everest a 8.8848 m. de altitud, sin la ayuda de oxígeno. Con esa cumbre había cumplido uno de mis más grandes sueños. Pero la ruta que me llevó a esa cumbre fue la del collado norte, por el Tíbet.
De vuelta en casa, disfrutando del recuerdo de semejante bella experiencia y con las aguas en calma, pude sentir que me quedaba un pequeño vacío en aquella ilusión de mi niñez: seguir las huellas de Tenzing Norgay y Edmund Hillary hasta la cima del Everest por la vertiente nepalí.
Me pregunté entonces ¿qué me impedía hacer realidad ese sueño? La respuesta era: nada.
Entonces me puse manos a la obra. Primero, soñando y visualizándome en el camino hacia la cima del EVEREST por el lado Nepalí. Luego vino la acción: determinar el plan, las fechas, los contactos, etc.
A Edurne Pasaban tuve la oportunidad de conocerla en el Everest en 1999, por el lado norte. Ahora ella se encontraba armando su expedición al Everest por el lado nepalí, para la primavera del 2001. Creo que más me demoré yo en pedirle que me aceptara en su equipo, que ella en darme su respuesta. En definitiva. Volví por segunda vez al Everest por el gusto de poder cumplir el sueño que tuve desde niño: seguir las huellas de ese par de hombres extraordinarios que pisaron por primera vez la cima de la montaña más alta del mundo.
EL ASCENSO A LA CIMA
Ha sido frustrante lo mal que han funcionado las relaciones en nuestro equipo del EVEREST. Existen claramente dos grupos: Koke y yo, en uno; los italianos y Edurne en el otro. De la misma manera se puede percibir con extrema facilidad el mal rollo que existe entre nosotros, sin que esté claro, al menos por mi parte, el por qué.
Todos estos inconvenientes nos llevan a entender a Koke y a mí, que no podremos contar con la existencia de un C. 4 por parte de nuestro grupo. Por suerte, Sachariel, mi ángel de la guarda que es tan preocupado y siempre acude en mis situaciones extremas, nos trae como salvación, la expedición de mis hermanos chilenos, quienes nos ofrecerán en el collado sur, comida y posada en una de sus tiendas.
Martes 22 de mayo:
Cerca de la una de la tarde llego al Collado Sur, me siento completamente en forma, fuerte, seguro, amoroso con la vida, entusiasta con todo lo que estoy haciendo y casi ya ni recuerdo la gastritis que tanto daño me ha hecho, aparecida como fruto de la preocupación.
Cristhian y Philippe (los chilenos) me dan sitio en su tienda, mientras que Pancho y Viviane hacen lo mismo con Koke. En la tercera tienda están Paty, Andrea y Cristina. A pesar del favor que me hacen Cristhian y Philippe, me pregunto por qué mejor no puedo tener un lugar en medio de las chicas. Al fin y al cabo todo esto es un asunto de solidaridad sudamericana. ¿Creo que no estoy pidiendo mucho verdad? (¡ja,ja,ja!) Cristhian yPhilippe toman oxígeno a razón de un litro por minuto y yo, para no quedarme atrás, tomo a razón de un litro por hora, té con sales de hidratación.
El plan de las chilenas (os) es salir a las nueve y media de la noche. Por mi parte yo no me alineo con ese plan, pues significaría estar muchas horas expuesto al frío y tomando en cuenta que no usaré oxígeno, es mayor el riesgo de congelarme. Bajo esta circunstancia le propongo a Koke que comencemos a alistarnos a las diez, para salir a media noche.
En efecto, cerca de las diez de la noche salen nuestros amigos: Pancho, Viviane, Andrea, Paty, Cristina, Philippe y Cristhian. Nosotros en cambio comenzamos a prepararnos.
A las 12h26 del miércoles 23 de mayo, estamos listos, yo salgo primero y Koke después.
La noche está completamente despejada y su profunda negrura se puede reconocer únicamente por miles de estrellas que a intervalos de tiempo se prenden y se apagan, al igual que las guirnaldas con las que adorné el nacimiento de la última navidad. Desde el suroeste, lo cual significa el lado izquierdo de mi cara, sopla mucho viento y me dificulta harto el ejercicio de ver. Me veo obligado a colocarme las gafas anti tormenta aún a costa de disminuir mucho la visibilidad, pues la mica es lo suficientemente obscura para protegerme de los rayos UV, pero en la noche solo existe la fuerza del viento y levanta miles de partículas de nieve polvo que me hieren como finísimos proyectiles en la cara y en los ojos. Sobre mí, cuando me doy el chance de alzar la cabeza, puedo reconocer la larga hilera de lucecitas de las lámparas frontales de todos mis colegas montañistas y soñadores que han salido tres horas antes que yo.
Subo despacio, encontrando el ritmo adecuado que acompañe mis latidos muy agitados con la lentitud de mis movimientos. Se que no hay sentido al buscar relación entre un ritmo y otro. El uno, desmedido y casi desbocado diría yo, buscando compensar la falta de oxígeno de este aire tan delgado, apunta a exigirle al corazón que se afane, que trabaje al máximo, que bombee sin cesar mucha sangre para que llegue hasta la última célula del cerebro y hasta el último de los vasos sanguíneos. El otro, en cambio, el de mis pasos lentos y pesados, que apenas sirven para mantenerme en pie, mientras le ruego al viento que no me azote con tanta dureza.
Entro en ese estado profundo de meditación en donde no existe más dimensión ni espacio que el de mis sentidos absolutamente comprometidos en apoyarme a dar un paso más y otro y otro. El tiempo pierde sentido de relación; para mí ahora, solamente cuenta el instante para saber cuánto he subido, cuántos metros he logrado ascender desde que salí del collado sur.
Subo y subo, respiro y respiro. De vez en cuando algún pensamiento se me pasa volando como un ratón asustado que huye de un rincón a otro, para que nadie lo trinque en su fugaz escapada.
5h45: En el trayecto de ascenso me he topado con algunos de mis colegas que habían salido antes que yo; esta es la única referencia que tengo, por ahora, de que voy dentro del ritmo adecuado, que me permita subir y tener suficiente tiempo para regresar. Estoy cerca de llegar al “Balcón”.
6h30: Llego al “Balcón” a 8.500 m. de altitud, aquí coincido con Carlos Soria y uno de los chicos de la expedición Navarra, con Peter el austriaco y dos sherpas. El sitio es bastante cómodo para descansar, sentarse y tomar té. Todos cambian de botellas de oxígeno y los sherpas, además, dejan una bombona de reserva para su cliente, que usarán al bajar.
Desde aquí puedo ver la planicie del Tíbet que hasta antes estaba oculta. Del otro lado, en cambio, muy cerca el Makalú, la quinta montaña más alta del mundo, luego el Ama Dablam y al fondo, el Kangchenjunga, la tercera montaña más alta del mundo (8.586 m.).
Se nos acaba el tiempo de descanso, alcanzo a mirar lo que me falta y entiendo que este día será bien largo.
9h00 (8.650 m.): Sobre todo la última hora, me ha costado mucho. Cada vez subo más despacio y me veo obligado a descansar muy seguido. A ratos me desespero por no saber cuando llegará el momento en que por fin alcance la cima sur (8.750 m.), antesala de la máxima. Cada cresta de nieve que logro superar parece indicar que he llegado a la ansiada cumbre sur, pero no es así. Este lado de la arista parece interminable. Por un momento se viene a mi mente la imagen de aquellos amigos que saben que estoy por acá bien arriba, y desde el Ecuador rezan por mí, piden por mí.
10h30 (8.750 m.): Por fin la cima sur. Sopla mucho viento cuando llego al punto más alto de este lugar. Puedo ver desde allí la cima principal, me separa de ella todavía el Escalón de Hillary, una arista muy afilada y bien larga. Me encuentro con Willie Benegas, que ya regresa de la cima con sus tres clientes; me dice que arriba hay mucho viento todavía y que necesitaré por lo menos una hora más para llegar.
Desciendo el desnivel que conduce al Escalón de Hillary y cuando estoy abajo del todo siento que alguien me da palmadas en la cabeza. Alzo a ver y me encuentro con las chilenas: Vivianne, Paty y Cristina, mis hermanas chilenas, que se alegran de que yo esté a punto de lograr mi EVEREST. Yo también les felicito, quizá no muy efusivamente como ellas porque las fuerzas no me dan para más. Nos despedimos mientras bajan y yo debo seguir subiendo.
11h20 (8.840 m.): Cuando logro ver las banderas budistas de oración que flamean en la cima, sé que estoy muy cerca, pero ahora más que nunca, subo muy despacio, de vez en cuando el viento me empuja hacia el lado de la pendiente y yo aprovecho para tomar fuerzas. Ahora solo doy 10 pasos y paro para respirar, solamente me interesa llegar a diez y parar a descansar. Se acaba por fin la arista y entro en un relleno donde no tengo que preocuparme por caminar con cuidado. Ya está, ahora hago cuenta regresiva: diez, nueve, ocho…, dos, uno. ¡Al fin!
Gracias a Dios, aquí otra vez en la cima del mundo, en éste punto de la tierra que me ha hecho soñar, ilusionarme, trabajar y dedicarme con pasión hasta alcanzarlo. En este mismo sitio donde hace dos años rompí a llorar con tanta gratitud hacia Dios y hacia la vida, hoy también lloro, por esa misma gratitud hacia lo Divino, porque me permite hacer lo que más me gusta, luchar por mis sueños, disfrutar de esos dos hijos maravillosos que son el combustible de mi vida.
Saco la bandera del Ecuador, tomo fotos y me filmo con el mensaje de dedicación en esta nueva cumbre del EVEREST.
Para mi mamá, y por intermedio de ella, para todas las madres del Ecuador. Para mi hijo Andy y por intermedio de él, para todos los jóvenes del Ecuador, porque luchen cada día por sus objetivos y… Por mi hija Kamila y por medio de ella, para todos los niños y niñas de mi país.