2002
En la tarde del 24 de mayo Julio, Félix y yo llegamos al Campo III a 7.200 m.; inmediatamente recibimos por radio la buena noticia de que Chris y Stu han logrado la cima. Nos alegramos enormemente y con ello, esperamos tener mejor suerte en nuestro segundo intento a la cumbre.
Por la noche establecemos un nuevo contacto por radio y nos enterarnos con sorpresa y con dolor que Chris a muerto. Al descender de la cima, evidentemente bajaba muy cansado, se tropezó con sus propios crampones, rodó a 8.300 m. y falleció.
Al siguiente día nosotros continuamos con nuestro intento, pero por segunda ocasión solo podemos llegar a 8.100 m., nuevamente detenidos por el viento. Al medio día se estropea el clima en el C4 y nieva durante 18 horas. El descenso al siguiente día tiene tintes dramáticos y bajamos muy asustados por el temor a ser arrastrados en una avalancha, que de producirse, Dios no quiera, hubiera sido el último partido.
Dos días después, a la una de la mañana, logramos llegar con vida e ilesos al refugio del CB.
REFLEXIONES, LUEGO DEL REVES EN EL KANGCHENJUNGA
No poder llegar a la cima del Kangchenjunga, la tercera montaña más alta del mundo, después de dos intentos fallidos por causa del mal clima, y más aún, vivir de cerca la muerte de Chris Graswic (Canadá), uno de nuestros compañeros de expedición que falleció al rodar a 8.300 m. de altitud, me ha llevado a cuestionarme la validez de mi proyecto DESAFÍO 14. Me preocupa sobretodo el alto riesgo que significa estar saltimbanqueando en una y otra montaña del Himalaya. Tomando en cuenta que una ausencia definitiva de este planeta Tierra afecta más a los deudos que al involucrado; pienso siempre en mis hijos y me tacho a ratos de irresponsable. Yo allí, en un rincón escondido del planeta, junto con mi compañero Julio en medio de la tormenta, jugándonos la suerte al filo de la navaja. Más que en mi propia angustia he pensado en la que yo, gratuitamente, les endosaría a Andrés y a Kamila si algo me sucediera. Ellos y yo nos necesitamos tanto todavía; yo para aprender, ellos para enseñarme.
Pero la misma montaña me ha enseñado que en momentos de crisis hay que tener abundante inteligencia y cabeza fría, para detenerse y no tomar las decisiones equivocadas.
En medio del susto, del agobio, de la presión y de una buena dosis de angustia, yo no debía buscar respuestas a mis preguntas. En aquel momento, mi prioridad y la de Julio era únicamente llegar a salvo al campamento base. Las respuestas, las buscaría de vuelta en casa. Ese era el lugar.
Sentado en la tranquilidad de mi casa, revisando las diapositivas reveladas de la expedición, vuelvo imaginariamente al Kangchenjunga y revivo una parte de aquella historia: el ánimo, el cansancio, el desaliento, el optimismo, la angustia y por fin, la vida. Con todo ello reconfirmo que así es mi deporte, una mezcla de sensaciones y sentimientos, emparejados entre ellos por el esfuerzo físico y el apoyo del espíritu; y que yo me he convertido en mi propio sastre, que ha ido hilvanando cada lección de las montañas con mi propia esencia, para confeccionar una parte del ropaje que hoy me viste. En la profundidad de ésta reflexión no me queda la menor duda de que quiero continuar siendo el “sastre” de mi propio “vestuario”.
Las ocho semanas de paréntesis en Quito antes de regresar nuevamente al Himalaya habían volado, como parte de ese juego que da la relatividad del tiempo. Pero ese tiempo generoso había sido suficiente para que Andy, Kamila y yo nos llenáramos de emociones, momentos, ternura y risas. Que mejor equipaje para acomodar en la mochila, ese conjunto de sensaciones como apoyo para lo que venía, Dios mediante, la cima del Cho-Oyu.
En el Kangchenjunga participamos dos ecuatorianos: Julio y yo, como miembros de una expedición en la que éramos 8 en total, de todos los lados del planeta: U.S.A., Canadá, U.K., Australia, Alemania y Ecuador. Volvimos 7 y aprendimos mucho en esta escuela de vida que son las montañas; lecciones de primera fuente sobre el miedo, el valor, el heroísmo, la generosidad, la entrega, la sencillez y el trabajo en equipo.
2006
Katmandú, Domingo 2 de Abril de 2006
Queridos amigos:
Les escribo esta primera entrega desde Katmandú, ciudad a la que he llegado hace tres días y en la que me encuentro preparando la siguiente aventura dentro de mi proyecto DESAFIO 14.
Para este año he contemplado dos expediciones: Ahora mismo en Abril y Mayo al Kangchenjunga, y en Septiembre y Octubre al Dhaulagiri. El detalle particular de estos dos objetivos es que son las dos únicas montañas que no he podido lograr la cima, en ambos casos, por las condiciones muy peligrosas de la montaña que tuve en ese momento, debido al mal clima.
EL KANGCHEJUNGA
Esta montaña con sus 8 586 m es la tercera más alta del mundo con apenas 262 metros de altura menos que el EVEREST, sin embargo resulta ser más complicada que ella por las características técnicas de cualquiera de las dos rutas, norte o sur. Precisamente por esta razón el Kangchenjunga es uno de los ochomiles menos frecuentados cuyas estadísticas son:
Ascensiones al EVEREST en total: 1800 personas (aproximadamente). Sin Oxigeno 178 personas.
Ascensiones al KANGCHENJUNGA en total: no más de 180 personas
En la primavera del 2002 junto con Julio Mesías ya intentamos por dos ocasiones la cima del Kangchejunga llegando hasta 8 100 m, lugar donde nos vimos obligados a darnos media vuelta por las condiciones del clima y el peligro de avalanchas.
SOBRE LA RUTA
En ese primer intento del 2002 estuve por la cara Norte de la montaña siguiendo la vía denominada de los japoneses. Fue un recorrido bastante complicado y técnicamente muy exigente.
En esta ocasión iré por el lado sur usando la vía por donde se realizó la primera ascensión en 1955, por parte de un grupo británico al mando de Charles Evans.
Para poder llegar a la cima será necesario que coloquemos cuatro campamentos de altura, trabajo que servirá a la vez como parte del proceso necesario de aclimatación.
A partir del Campamento Base que estará ubicado a 5.200 m aproximadamente, colocaremos el C1 a 5.900 m, el C2 a 6.400 m y el C3 a 7.200 m. El C4 será colocado únicamente el día previo al ataque a la cima a una altura de 7.850 m aproximadamente. Teniendo en cuenta que estaré al pie de la montaña a mediados de Abril, estimo que el proceso de colocación de campamentos y adaptación a la altura nos tomará aproximadamente un mes, por tanto es de esperarse que el momento para llegar a la cima será a partir de la tercera semana de Mayo.
SOBRE MI COMPAÑERO DE EXPEDICIÓN
Puesto que el Kangchenjunga es una de las montañas más complicadas del Himayala no existen muchos montañistas que se apunten a este objetivo, por esta razón en esta vez la expedición estará formada únicamente por dos miembros: Fernando Gonzáles-Rubio y este servidor
Gonzáles-Rubio es colombiano y va también por la ruta de lograr los 14 ochomiles; al momento ha logrado 4 ochomiles: El Cho Oyu 8 201 m, el EVEREST 8848 m (con oxígeno), el K2 8 611 m (sin oxígeno) y el año pasado escalamos juntos la cima del Nanga Parbat de 8 125 m en Pakistán.
A pesar de que seremos una expedición con solo dos miembros, en el Campamento Base nos encontraremos con otras tres: una de la Televisión Española, con cuyos miembros (J. Oiarzabal y J. Vallejo) he escalado otros ochomiles, que van al Yalung Kang, un pico subsidiario del Kangchenjunga, otra de Austria y una más de Suiza -de la cual es miembro mi amigo portugués Joao García- que van también tras la cima principal de la montaña.
Por hoy me encuentro ya en KTM con mi compañerero y amigo Fernando Gonzáles-Rubio en los preparativos de la expedición.
Un fuerte abrazo desde la ciudad de las Stupas, de Buda, de Vishnu y de Brama.
POR FIN LA CIMA, EN EL QUINTO INTENTO
Después de dos intentos previos tanto mi compañero Fernando como los chicos de Televisión Española, decidieron renunciar. Solamente quedamos Joao García y un servidor para realizar un tercer y último intento, nos jugábamos el todo por el todo.
Joao y yo salimos desde el Campo 4 (7.850 m) a las tres de la mañana. Una cosa por otra, cielo estrellada, noche preciosa pero menos 33 grados centígrados.
Todo el día se nos fue en ese larguísimo recorrido que va desde el Campo 4 hasta la Gran Torre, allá llegamos a las 3 de la tarde -íbamos ya doce horas de escalada- desde donde por fin se pudó ver la cima.
Este es mi relato:
8.500 m.
Termino de rezar y parado en seco, apreciando la ladera, planeo por donde voy a subir, tratando de imaginar algún camino lógico en medio de ese laberinto de rocas y pasadizos de nieve. Es tan intrincado que desde donde estoy no se puede ver la cima, sin embargo ahora si sé con seguridad que podré llegar a ella.
Con el plan listo arranco a escalar y en ese momento siento una suerte de alas en los pies, estoy casi a 8 500 m y subo volando, mis sentidos aguzados buscando asidero para los pies -cuando voy en la nieve- y para las manos -cuando estoy en la roca- Regreso a ver a Joao y compruebo que se ha quedado atrás, cuando me mira levanto el pulgar para animarlo. Al subir por un camino tan intrincado, en algún momento dudo si voy bien y vuelvo a rezar pidiéndole que me de una señal; no pasa un minuto y me topo con un pedazo de cuerda amarilla de una expedición anterior.
–Te pedí que me ayudes pero no tan rápido. En todo caso te quedo muy agradecido.
Soy muy feliz, porque escalo, porque vuelo por encima de 8 500.
-Yo sé que voy a llegar antes de las seis de la tarde.
Un corredor de rocas que se escarpa mientras subo me lleva a una arista muy delgada, escalo despacio, con cuidado; cuando llego a la cresta puedo asomarme para ver al otro lado y noto que estoy en la arista que divide la cara norte de la cara sur del Kangchenjunga. Por un rato me quedo quieto, mirando, y puedo reconocer la vía por la que intenté en el 2002 a esta misma cima, por dos ocasiones. Allí está el sitio del último campamento donde pasamos una noche de perros, asustados por la tormenta; está la travesía y el croissant. Gracias a Dios la cuenta se va saldando.
Remonto la arista y cruzo unas losas más empinadas todavía, pienso en Joao, paro y le espero por si quiere escalar asegurado con la cuerda. En tanto llega aprovecho la pausa para notar todo lo que tengo: ¡que precioso, que fortuna la mía!, este cielo azul infinito es mío, el montón de montañas que yacen bajo mis pies, el sol que me acaricia a mí y a las rocas que están bajo mis manos, todas las nubes que se han quedado como congeladas abajo en el valle. ¡Todo, todo esto me pertenece y es mío porque me lo he ganado!
Cuando llega Joao me dice que no es necesaria la cuerda y que podemos seguir libres. Las cuerdas fijas de otros años nos ayudan mucho para saber cual es el camino en este inmenso roquedal. Llegamos a la chimenea, un paso clave en el acceso definitivo a la cumbre, un tramo cercano a la vertical de unos cuatro metros de longitud; en ese breve tramo mis pulsaciones, a pesar de la inmovilidad, se disparan a unos 170 y 175.
Cruzamos dos planchas más de roca y comprendo, por una cuerda vieja, que debemos salir a una arista: entonces ya es la cima, pienso.
Espero a Joao, se acerca, nos juntamos y vamos hacia la arista; cuando llego al lomo, el viento me golpea ligeramente en la cara, volteo a ver a mi izquierda y encuentro por fin la cima. Allí, delicada, una puntita de nieve en forma de pirámide con pendiente final suave y acogedora. Voy camino a ella, como el atleta que cuenta los últimos pasos para llegar a la meta y en ese tramo me pregunto ¿que me va a pasar? He luchado tanto por este momento, llegué a pensar que se escapaba de mis manos, a creer que no era posible cerrar este círculo que quedó abierto hace cuatro años, en mi primer intento, y que para colmo de males, en mi intención de cerrarlo hace tres días, se abrió más. Hoy voy a quedar en paz conmigo mismo, que es lo que más cuenta, que es lo que más me dejará libre.
Estoy a un paso de la cima y tengo toda la conciencia para levantarme la manga de la chaqueta de plumas y ver la hora exacta en el reloj: Cinco de la tarde y seis minutos. Doy el último paso y por fin llego… Por unos segundos me quedó plantado y me imagino yo mismo visto desde más arriba: un puntito minúsculo sobre esta enormidad.
En ese momento, una fuerza interior hace que me arrodille; acomodado a cuatro patas delicadamente beso la cima y arranco a llorar como un niño. Lloro, lloro muchísimo, con sollozos, abrazo y acaricio al punto más alto de esta montaña de 8 586 m diciéndole mientras tanto: ¡Gracias, gracias querido Kangchenjunga, yo aquí insignificante ser humano! A pesar de los sollozos tengo conciencia de que mis lágrimas de sal caen en la nieve de la cima y se hacen una sola, como parte de ella. ¡Gracias, gracias Kangchenjunga yo aquí insignificante ser humano! Sigo llorando. Se acerca Joao, me pongo de pie y lo recibo con un gran abrazo, lloro también con él, me separo, lo vuelvo a abrazar, le agradezco y le doy un beso en la mejilla. Después de secarme las lágrimas levanto los brazos y le agradezco: ¡Dios gracias por esto que me das, por esta vida que me otorgas, por este momento que me regalas! Saco la cámara y tomo 360 grados de fotos, nubes y montañas bajo mis pies: El Kangchenjunga II, el Yalung Kang; al fondo, a unos 200 kilómetros, mi querida Chomolungma (Everest) bonita, guapa, quieta, despejada. La cámara hace clic y yo soy solo felicidad, gratitud, emoción y lágrimas.
Los dos nos tomamos fotos, Joao con la bandera de Portugal y yo con la de Ecuador, después saco la carta de la Kamilita y le doy la razón: Papito vamos a ganar: Ecuador 1 – Kangchenjunga 0.