El viernes 8 de octubre a las cinco de la mañana, Santiago y yo salimos desde del Campo Base Avanzado a 5.500 m. A las 10 de la mañana nos encontramos con Oriol y Ramón a 6.200 m. y a partir de allí continuamos juntos.
El primer vicac lo hicimos a 6.800 m. en una providencial cueva de hielo que convirtió esa noche en un lujo, en medio de semejante pendiente.
El segundo día, sábado 9 de octubre, escalando con todo el material a cuestas alcanzamos la arista donde había que cambiarse de corredor a 7.250 m. Hubo que trabajar mucho en esa cresta para hacer una cueva y poder colocar la tienda.
El domingo 10 de octubre, salimos a las cuatro de la mañana, hacía mucho frío (29 grados bajo) pero era seguro que tendríamos un buen día.
Allí íbamos Ramón, Santiago, Oriol y yo, en lo de siempre, aguantando el frío, metidos cada uno en ese infaltable diálogo con la “loca de la casa”, echándonos uno que otro cuento como recurso barato para no desistir. Yo particularmente sintiendo mucho sueño y pidiéndole a Karma que canté, desde allá tan lejos, para despertarme.
Así pasaron las horas, entre la ascensión, el sueño por falta de oxígeno, la lucha desesperada por vencerlo, y luego la felicidad por el calorcito del Sol y ver que la mayoría del Himalaya iba quedando a nuestros a pies.
Finalmente, cerca de la cima.
Yo escalando con alas en los pies, animando ahora a Santiago y sin poder decirle todo lo que quería, porque las lágrimas me cortaban el paso. Así, entre la inmensa emoción de ver cerca el punto más alto del Shisha, de secar mis lágrimas y alentar a mi gran compañero de escalada, se acortó la distancia y llegamos juntos, tomados del brazo al vértice del Shisha Pangma, a la cúspide de la cresta que se eleva por encima de la planicie.
Ya encima de semejante punto, con semejante vista, solo se llora, se abraza al gran copañero de cordada y se agardece levantando los brazos a Dios y a la vida.
Salud por la vida, desde 8.046 metros por sobre el nivel del mar.
CARTA DE GRATITUD AL SHISHA PANGMA
Desde la quietud en la que hoy me encuentro quiero agradecerte, y quiero hacerlo porque fuiste muy generosa, porque nos abriste tus puertas de par en par, porque nos dejaste recorrer tus jardines, tus pasadizos y tus entramados. Porque al asomarme esa tarde de sábado a uno de tus balcones, me entregasta un sol acogedor, cálido y fraterno que acarició mi rostro, antes castigado por el frío y por viento. Porque desde ese balcón me permitiste ver a lo lejos, en el horizonte, la cima del Manaslú, mi primer ochomil, recordé entonces con gratitud y humildad mi primer paso en este camino que llevo ahora en tu morada: la de los dioses del Himalaya.
Gracias Shisha Pangma, por todo lo que nos diste: por el viento, por el frío, por el hielo, por la nieve, por la falta de oxígeno, por la incomodidad, por la luz, por la abundancia, por el miedo, por la angustia, por la esperanza, por la alegría, y, desde luego, gracias, muchas gracias por tu cima; esa cima preciosa que la conseguimos a la una y diez de la tarde.
Pero sobre todo te quiero agradecer porque no solo nos abriste las puertas para ingresar en tu morada, sino que las abristes también, para que podamos salir de tu reino y así volver a este sitio más terrenal donde las cosas pasan, no como quisiéramos que pasen, y donde los seres humanos olvidamos el gran valor de la sencillez, de las pequeñas cosas de la vida y nos preocupamos insolentemente porque para el siguiente día no sabemos como combinar los zapatos con la chaqueta.
Pero he de decirte que el mundo terrenal, con este montón de imperfecciones, también tiene su inmensa belleza por el amor que podemos dar y por el amor que podemos recibir en: nuestros hijos, nuestra compañera, nuestros amigos, nuestros sueños, nuestros proyectos, muestras luchas diarias, nuestras derrotas y en nuestros logros.
¡Ya ves! Este nuestro jardín, aunque no tan bonito como el tuyo es también maravilloso.
Querido Shisha Pangma, gracias por tu generosidad y la bondad con la que nos acogiste.